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No sabemos porqué, un día se te ocurre meter una vaca en una caja. Son cosas que se te vienen a la cabeza, lo mismo que cuando te apetece un helado o un trozo de chocolate, supongo. Una vez satisfecho el deseo, el regusto en el paladar se extiende mucho más que el de cualquier chuchería y, a lo mejor, te entran ganas hasta de exponer en ARCO. Pero sueños al margen, la muestra nos gustó a todos. Vacas o caballos nos deleitan con su sencillez aplastante, tanto al natural como en una caja.

Mención aparte reservo para el particular ensamblaje de ramas de árbol. Me recuerda poderosamente a un Torii (entrada de los templos Shinto de japón), aunque no mantenga la misma estructura o,  por ser más terrenal, a un indicador de direcciones. ¿Dónde apunta? Hacia nuestro taller, sin duda, y hacia dónde tú quieras. Interpretaciones, bienvenidas.