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El verano nos llevó a Luarca. La villa natal de Severo Ochoa -llena de innumerables encantos como su pintoresco y cuidado puerto de pescadores, sus abrigadas playas o su pequeño Pere-Lechaise al borde del mar- alberga también una bonita colección de casas de indiano. Este tipo de construcciones, muy abundantes en Asturias y, en general, en toda la cornisa cantábrica, resumen el espíritu lujoso y desenfadado de la Belle-Epoque. En Luarca, en apenas un radio de un kilómetro pudimos disfrutar de magníficos ejemplos de esta época, algunos de ellos muy maltratados por el tiempo y el olvido. Es el caso de la misteriosa y magnética Villa Excelsior (1912).

Villa Excelsior antes de la tormenta.

La atracción que esta casa provocó sobre mi, me hizo volver al menos cinco veces. Todo, con la intención de encontrar la puerta abierta o a algún lugareño que me la abriese. Fracasé en mis intentos y  a punto estuve de saltar la valla, pero la sensatez de mis acompañantes me detuvo.

El tiempo se cuela por las ventanas.

Quería contemplar con mis propios ojos el interior, que me olía a maravilla desde lejos. No pudo ser, así que me dediqué a buscar en internet y encontré. El jardín de Villa Excelsior es el blog donde encontraréis toda la accidentada historia de esta casona. Incluidos vídeos, donde podemos ver a su última propietaria, como un futuro fantasma del pasado, anunciado el declive de la mansión. La otrora bella y joven Esther Méndez de Andés, hija de Manuel Méndez de Andés, primer dueño de la casa, nos lleva sin transbordos y en un segundo, a los gloriosos años 20. Una mujer bohemia, según reconoce su sobrina nieta, que eligió vivir, hasta casi el final de su vida, en este increíble rincón. Los vídeos de 2011 dan crédito del abandono del lugar.

La reja de Vila Excelsior impide el paso de extraños, pero no el de la desolación.

Si recaláis por estos lares no dejéis de hacer una visita este enclave. Aunque sea desde fuera, su silueta apabulla. El torreón con la cúpula verde cambia de color según la hora y el día y cada momento es una postal diferente.

Con otra luz.

¿Por qué produce ese efecto imán, esta casona? Difícil de explicar. Por una lado, las dimensiones del edificio, el diseño -muy diferente al del resto de ejemplares de la zona- y el entorno en el que se encuentra, por otro, la capacidad de evocar mil historias: de fantasmas, de herederas cortejadas, de fiesta interminables de Belle Epoque o de lo que quieras. Todo unido es un explosivo cóctel que emborracha la imaginación de cualquiera. De momento, la historia se para en que ha sido vendida a una empresa llamada Paisajes de Asturias, S.L. y se rumorea su posible conversión el hotel. Por lo menos, así podremos disfrutar de ella algún día.

Sueño con una suite en esta cúpula.

Cambio de tercio con otro ejemplo, pero este muy vivo y con mucho futuro: Villa La Argentina. Convertida en hotel, esta casona mantiene todo el encanto decimonónico conjugándolo con las comodidades actuales. Su jardín repleto de árboles centenarios (muchos traídos de América) y flores únicas, alberga una piscina, un pequeño gimnasio y un jacuzzi.

Hotel Villa la Argentina (1899).

El desayuno es la comida más importante. En este salón toma título nobiliario.

Para muestra un jarrón.

Decorada con muebles antiguos de finales del siglo XIX y principios del XX, puede ser un «hot spot» para los amantes de lo antiguo que desean transportarse a otra época por un módico precio. Yo lo hice y doy fe, de que superó todas mis expectativas. Sólo con levantarme cada mañana y contemplar el jardín de la vecina Villa Rosario (circa 1890), ya me venía la sonrisa a los labios.

Villa Rosario desde mi ventana.

Durante el paseo matutino o vespertino, nos dedicamos a investigar, no sólo la eclosión de millones de caracoles (a los que salvábamos la vida apartándolos de las cunetas), sino al resto de casonas de la zona. No tan abundantes como los caracoles, pero igualmente admirables. Dejo dos ejemplos que lucen en todo su esplendor.

Villa Cristina (1889).

Villa la Zarzuela (1907).

Y no por estado de ruina, la voy a dejar fuera. Se trata de Villa la Barrera. Quedan en pie cuatro paredes, suficientes para completar el cuadro entero. Esos ventanales neogóticos devorados por la vegetación, no impiden imaginar lo que fue.

Villa la Barrera (1899).

Para terminar, casi al final del paseo hasta la playa de Portizuelo (lugar digno de un cuadro de Friedrich), nos encontramos con Villa Carmen. Casona donde pasó sus veranos de infancia y adolescencia Severo Ochoa.

Villa Carmen (circa 1890).

Después de este tour por el Villar de Luarca, con cierta morriña del veraneo, nos despedimos. Dejamos más fotos en nuestro Flickr. En breve, nuevo post sobre transferencias. Ahora sobre mueble. Bonito, bonito.

Nota: toda la información sobre las historias de estas casas, sus arquitectos y dueños la encontraréis a lo largo de los links que hemos ido dejando en el post. Los blogs fundamentales sobre este tema son  Casonas de indianos y El jardín de Villa Excelsior.


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