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La silla clásica.
Esta sillita de pueblo es un recuerdo de infancia de mi madre. Según cuenta ella, se la regaló mi abuelo allá por los años 50. La compró a unos manteros que iban de pueblo en pueblo vendiendo todo tipo de cosas. La silla la utilizaba para sentarse en las tardes de buen tiempo en la “portá” (la puerta de entrada para el carro de mulas) , con las mujeres mayores del pueblo a coser y charlar, típico en los pueblos de La Mancha. En ella mi madre aprendió a bordar y a hacer bolillos, “¡y me hice mis primeros sujetadores!”, recuerda risueña.
Hoy es un mueble importante dentro de mi casa, sobre todo para Selva (mi gata) que desde que la traje ha cogido la costumbre de dormir sobre ella todas las noches. Y hemos de decir que para todas las gatas, tiene cierto atractivo. No hay que ver como Nani, se asoma cursiosa al rumor de la lana bajo el mimbre y apuesto a que si la dejamos se sube y se duerme.
Para sus años se conservaba bastante bien (señal de que la han cuidado con cariño), así que lo único que decidimos hacerle, fue un lavado de cara, se limpió y se lijó concienzudamente y se le dio un acabado de cera natural para resaltar la veta originaria de la madera y para una buena conservación.
La otra silla
Podéis seguir el proceso y la historia de la silla rosa en trabajo en curso. Un pequeño homenaje al dicho «la ciudad es un pueblo».